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Los pasaron por las armas

A la fin des années quatre-vingt-dix, El Fundi, Pepín Liria, Domingo Valderrama, Miguel Rodriguez et quelques autres affrontaient régulièrement les cathédrales de chez Dolorès Aguirre.
Toros puissants, souvent mansos, dangereux, violents, mais aussi parfois nobles comme pour Jose Pacheco el Califa en 2000 ou bien plus tard pour l’inoubliable course de Saint-Martin-de-Crau.
Le taurinisme officiel détestait cet élevage, le faisait savoir, et raillait l’incompétence supposée de la patronne. De l’autre côté de la barrière c’était évidemment une autre version qui prédominait.
Ce jour là, à Madrid, le 8 juin 1995 le Fundi fut salement pris mais s’en est sorti indemne. Une photographie spectaculaire de cet accrochage figure dans le livre «Los Toros» de Michael Crouser.
Le Fundi avait été impuissant, comme souvent à Madrid.
En replongeant dans mes planches contacts je retrouve Domingo Valderrama dans un desplante aussi rageur que désespéré. Il avait du passer un sale quart d’heure.
Nous relisons Joaquín Vidal qui avait titré : Ils les ont passé par les armes.
Les toros de Dolores Aguirre ont très souvent été massacrés par les picadors, avec plus ou moins de «réussite» et dans le but de neutraliser ces montagnes de caste indomptée, de mansebumbre diabolique. Le coté positif des choses est que ces massacres en règles et programmés étaient bien souvent totalement inopérants à réduire ces monstres. Un toraco fort, réellement fort, puissant, est bien souvent indestructible. Les Aguirre en furent des exemples inoubliables.
Ce jour là n’échappera pas à la règle, Clavellino fut gratifié d’un tour de piste, et Vidal n’ira pas avec le dos de la cuillère. A cette époque la critique taurine existait encore.

Los pasaron por las armas
Joaquín Vidal – Madrid 1995

Un corridón de toros trajo a Las Ventas la ganadera Dolores Aguirre y se lo pasaron por las armas. Allí estaba la acorazada de picar en expedición de castigo, procurando que ninguno llegara vivo a la muleta. Y los diestros, de cuyo valor y honradez profesional han hecho bandera, consintiendo o con toda probabilidad ordenando que se perpetrara la tropelía.
Diestros de valor y honradez, es cierto: de ello han dado muchas pruebas tardes atrás. Pero nadie lo diría viendo su cortedad y su aflicción frente a los torazos de Dolores Aguirre; su falta de torería impidiendo que pudieran exhibir el honor de la bravura; su incompetencia para corregir los defectos que ellos mismos les habían creado mediante unas lidias desastrosas; su desahogo al emplear ventajas y trucos pegapasistas, despreciando las posibilidades de explayar el toreo puro que les ofreció la encastada boyantía de varios toros.
Al cuarto le dieron la vuelta al ruedo en medio de un clamor y aunque, efectivamente, manifestó su casta y su nobleza en el último tercio, no se podría asegurar que fuera un toro cabalmente bravo. El matarife de castoreño no dio opción a saberlo, con aquellos varazos traseros que le apalancó por el espinazo mientras hacía la carioca.
El quinto aún pareció más bravo: pronto en la arrancada, hundió la cabeza en el peto con total fijeza, además recargaba recrecido, y nadie se preocupó de sacarlo de allí para que pudiera mostrar en nuevos encuentros el verdadero alcance de su bravura. Antes al contrario, lo dejaron a merced de la brutalidad: seis cariocas, seis, le propinó su verdugo encerrándolo en tablas, que con las tres del siguiente puyazo ya eran nueve. Lo banderillearon después de cualquier manera y al empezar la faena de muleta, resultó que se defendía.
¿Alguien habría podido esperar otra cosa ? Un toro bravo zurrado hasta dejarlo moribundo, lidiado sin orden ni concierto, enseñado a embestir a ritmo de capea, lo menos que podría hacer es defenderse. Y Domingo Valderrama aún lo empeoró, pues lejos de reposarlo, darle distancia e irlo templando en la medida de lo posible, le pegaba pases rápidos, le atosigaba, le tocaba los costados.
La mayoría de los toros que acabaron broncos habían pasado antes por esa escuela propia de las plazas de talanqueras. Así el sexto, de dura bronquedad, que puso en serios aprietos a Pepín Liria incluso cuando sólo pretendía machetearlo de pitón a pitón y a la defensiva. Hubo otros, sin embargo, bravos y nobles ; especialmente los dos de Fundi, quien tras banderillear con eficacia, les aplicó un toreo distanciado, farragoso y tremendista.

Se produjo en el primero la regla que tantas veces dictaron los maestros en tauromaquia: a un toro de casta o se le gana terreno o puede mandar al torero a la enfermería. Fundi estuvo a punto de sufrir esta segunda opción. Toreaba acelerado, fuera de cacho, con el pico, perdiendo terreno al rematar los pases, como si su propósito fuera estar el menos tiempo posible delante del toro; que no le viera el toro. Pero le vio. En uno de esos muletazos vertiginosos el animal perdió la guía del engaño, enganchó al torero y le pegó una impresionante voltereta. Rehecho del trastazo, volvió muy decidido Fundi al toro, dio un molinete de rodillas, siguió pegando pases a toda velocidad con el público ya enardecido, mató de pinchazo hondo y le fue concedida una oreja que protestó ruidosamente buena parte de la plaza.
La faena de Fundi al cuarto resultó de similar corte, mas la mayoría del público no la aceptó y hasta le indignó: pegar pases a un toro de clamorosa nobleza, medio tumbado, con el pico, vaciando hacia afuera y entre enganchones -uno de los derrotes le rasgó la tela de lado a lado-, no es torear; es casi una ofensa personal.
Valderrama y Liria no mejoraron las formas del compañero con sus primeros toros, a pesar de que desarrollaban nobleza: iguales ventajas, el mismo pico, escaso ajuste, menos temple. Menudo fracaso, con ese encastado corridón de toros. La terna decepcionó profundamente a los aficionados madrileños. La terna no tuvo torería alguna, parece mentira. La terna se limitó a dirigir un pelotón de ejecución, y allá me las den todas.

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